viernes, 2 de noviembre de 2012

Un viaje en mula entre Acapulco y México


El famoso novelista y dramaturgo francés Alejandro Dumas (1802-1870)  y Madame Callegari (alias Marie Giovanni) escribieron el Diario de Marie Giovanni que habla del viaje a México realizado por Madame Callegari  en 1854, mismo que incluye su recorrido de dos semanas a lomo de mula entre el Puerto de Acapulco y la Ciudad de México, una travesía difícil debido a la abrupta geografía y además porque en aquellos días la región se levantó en armas contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna.
Entre los preparativos de esta expedición, Callegari, quien la comandaba, contrató a un arriero, obtuvo salvoconductos y se abasteció de las provisiones necesarias, entre otras, álcali contra los encuentros venenosos, aguardiente y hamacas, ya que no se podía contar con un solo albergue a lo largo de la ruta.
Aparte de que durante su cabalgata fue interceptada por las tropas de Diego Álvarez (hijo del destacado insurgente don Juan Álvarez), quien la retuvo un par de días, el grupo cruzó con grandes dificultades y peligros el caudaloso Río Balsas:
Apenas se les indicó el vado, nuestros dos húngaros [miembros de la expedición] ya estaban en el agua, buscándolo; reconocieron que perdían pie, durante unos diez pasos, en el sitio más rápido de las aguas. A gritos pidieron a los indios, excelentes nadadores, que nadaran a cada lado de las mulas, sosteniendo, en caso de necesidad, la cabeza del animal fuera del agua. En caso de accidente, ellos, desde el sitio en que volvía a tocarse el fondo, se preparaban a acudir en mi auxilio.
Yo me tendí de bruces en mi mula y, temblando interiormente pero sin manifestar ninguna vacilación, di la señal, diciendo -¡Vamos! […] Me metí en el agua.
Durante un tiempo, mi mula caminó; pero de pronto noté en sus movimientos inquietos que el pobre animal comprendía que iba a perder pie. Muy pronto, en efecto, tuvo que ponerse a nadar.
Los dos indios, como les habían pedido nuestros húngaros, nadaban a los dos lados de la mula, dirigiéndola, hasta donde podían, y manteniéndole la cabeza fuera del agua. En cuanto a mí, iba aferrada a su cuello.
La rapidez de la corriente me causaba vértigos, oía salpicar el agua a los flancos de la mula, y me parecía que la vorágine me atraía. Oí entonces la voz de mis húngaros, que me gritaban: ¡No mire el agua, mire la montaña!
Comprendí que a mí me dirigían la recomendación; levanté la cabeza y fijé la mirada en las montañas. El vértigo desapareció. Llegué a la otra ribera, y me dejé llevar por los brazos que me tendían; luego hundí la mano en el bolsillo, y di una piastra a cada indio que había nadado cerca de mi mula. Las buenas gentes no podían creer que semejante recompensa fuera para ellos, cayeron de rodillas, dándome las gracias.
Para mayor información sobre arrieros y mulas en México, recomiendo al lector el siguiente artículo:


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