viernes, 1 de junio de 2012

El viaje de Yáñez a Totatiche


En su infancia, a los once años de edad, el escritor jalisciense Agustín Yáñez (1904-1980) hizo un viaje con unos parientes al pueblo de Totatiche, a 180 kilómetros de Guadalajara, rumbo al Norte. Esta ruta se encuentra hoy totalmente pavimentada, puede transitarse en tres horas, pero en aquel tiempo y hasta mediados del siglo pasado, era en su mayor parte un camino de herradura; no había otra alternativa que recorrerla a lomo de bestia en cuatro jornadas, bajo la reconocida autoridad de los arrieros. Así lo hizo Yáñez en 1915, en plena Revolución y al parecer convaleciente.
En ese viaje se inspiró este ilustre literato para su obra “Pasión y convalecencia” (1938), en donde luego de describir el descenso de la Barranca de Huentitán, el cruce del Río Santiago, en balsas, y el fragor de una tormenta que encontraron en el camino, a la que sin embargo “reverenciaban, tercas en su inmovilidad, las acémilas, echadas adelante las orejas en devota, paciente actitud”, habla de la vuelta del sol y la opulencia del crepúsculo:
“Había luz cuando los viandantes alcanzaron la ceja de la barranca; llegaron temprano al pueblo de Teules; al arrimo del fogón, en la cocina de una fonda, acabaron de secarse las aguas de bautismo rural; convidaba Maritornes su lecho, pero el ávido convaleciente prefirió adelantarse que descansar. Bajo la noche con estrellas prosiguió la ruta. Serían las diez, las once o las doce cuando desensillaron los viajeros y se echaron a dormir sobre el campo raso. Los despertó el sol. Almorzaron en Atolinga –pueblo de sierra- y para mediodía fueron surgiendo los perfiles familiares de Comanja, y más allá, diluyendo su azul en el del cielo, las crestas del Bramador, apenas perceptible a la mística avidez con que llegaba el pródigo; el camino giraba sus curvas, mas parecía que los montes daban la vuelta por ir mostrando sus máscaras amigas; irguiéndose sucesivamente el peñón del Monje sobre la arista occidental del cerro de la Tapona, las lejanas almenas de Picachos y la gran corona de jade y bermellón con que el cerro del Petacal ciñe la frente del pueblo; apareció a su tiempo la loma de San Miguel que tiene a cuestas la Cruz de la Misión, aya de la comarca; el aire de la casa se adelantó con tibiezas y olores; habló, de lejos, como en el juego de las escondidas, la campana parroquial; reconocieron las acémilas su querencia; trotaron, alcanzaron el río, bailaron sobre sus aguas y saciaron la sed con moroso entusiasmo; venían saltando y balando los corderos del tío don Pedro; sonó otra vez, más clara e inmediata, la voz de la campana mayor; acabó por rodearse la loma de San Miguel y –cabe la ermita del Ánima Sola, entre los dos ancianos cipreses –vuelos del corazón saludaron el panorama de la aldea, intacta como la mañana en que comenzó a esperar al ilusionado conquistador de ciudades. Tendíanse al encuentro, como brazos, las bardas de la calle real. Sonaban sobre el empedrado, como ritmo de un himno, las herraduras de la recua. Había olor de golosinas, fragor de menestrales, hosanas rústicas y, a la media calle, frente a la casa paterna, los lazos que estrechan al recién vuelto del reino de la Muerte”.
Fuente: “Pasión y convalecencia”. Agustin Yáñez (1938)

2 comentarios:

  1. Buen dia, es muy interesante esto de los arrieros , como ya les comente me gustaria saber si conocen algun lugar de abastecimiento o descanso , ojala y me puedan ayudar gracias...

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  2. Hola Rubén: Con el gusto de saludarlo le informo que la mayoría de los mesones que funcionaron en Guadalajara y demás poblaciones del Occidente de México hasta mediados del siglo pasado, han sido demolidos o convertidos en hoteles y restaurantes. Un buen tema de investigación sería precisamente ése: cuántos de los viejos mesones de esta región y de México quedan todavía en pie. Si en algo puedo ayudarlo para esta investigación, estoy a sus órdenes. Le mando un cordial saludo.
    Javier Medina Loera.

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